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Jorge Peterek, “Lo importante es disfrutar”

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Jorge Peterek pertenece a las primeras generaciones de escaladores  que buscaban la dificultad en la montaña. Posee una importante trayectoria andinística pero el prefiere hablar de los logros colectivos y el disfrute de la actividad antes que del “éxito”.

 

Publicada en la revista KÓOCH n°36

KÓOCH: ¿Cuándo llegaste a Argentina  ya hacías montaña?

Jorge Peterek: Llegué de Polonia cuando tenía 8 años y aprendí el castellano jugando a la pelota en el patio de la escuela, así que al poco tiempo me hice totalmente argentino. La escalada comenzó con un campamento de Scouts de la sociedad polaca en Córdoba. Tendría 15 años. La cuestión es que ahí se formó un grupo de compañeros  con los cuales, después de habernos iniciado por los senderos, surgió la idea de ir a Bariloche con la intención de también subir una montaña. Es así como con mochilas y zapatones nos fuimos a caminar por Bariloche y subimos un cerrito. Después, nos fuimos al Piltriquitrón y ahí empezó todo, porque en  Lago Puelo conocimos a Hugo Corbella y con él nos arrimamos al Tres Picos.

El fierrerío de Hugito, nuetro primer MAESTRO, era impresionante. Ahí vimos por primera vez mosquetones,  sogas y qué sé yo. Pero el tema es que nosotros no conocíamos lo que era una piqueta, sólo teníamos una cuerda de cáñamo de 8 metros (risas).

Hugito nos chupó para hacer escalada en Buenos Aires, en la fábrica de Escobar.  Allí nos pusimos a trepar bastante fuerte y la verdad es que después nos sentimos bastante cómodos. Hacíamos vivac en la parte de arriba, hacíamos malabarismos… La verdad es que lo disfrutábamos muchísimo. Nunca era una competencia con otros sino descubrir cosas nuevas, disfrutarlas y compartirlas. Y creo que es eso lo que se mantuvo en nuestra filosofía.

Cuando empezó a haber competencia es donde empezamos a dejar de disfrutar lo que uno disfrutaba antes. Porque también se te imponen una cantidad de enfoques y también, si vos hacés algo bien la gente te alimenta un ego y uno no es exento a contagiarse de esa cultura. A medida que uno podía zafar de eso  y disfrutar la montaña por lo que es, simplemente venciendo los propios miedos y alegrándose de eso y no comparándose con nadie era mucho más lindo y divertido. Trabajábamos siempre en forma colectiva.

 

K: ¿Fuiste parte de una generación que introdujo la búsqueda de la dificultad, que se consideró más escalador que montañista?

J.P.: Creo que la montaña sin dificultad pierde ese sabor de probarse a sí mismo, de que lo valioso no puede ser regalado. Es como que el sabor está en esa superación, quizás  podríamos comparar: que alguien me suba en un helicóptero a la cumbre del Cerro Torre no sería lo mismo que chuparse una aproximación cargados de material, poder sentir la fuerza del viento patagónico, cavar una cueva para protegerse y por fin abrirse paso a través de hermosas paredes de granito ,  intercalado con capas y hongos de hielo para llegar a la cumbre y ser testigo de un espectáculo impresionante y de una panorámica majestuosa de cumbres y hielos y estar compartiendo todo esto con tus queridos compañeros de cordada (Ritmo Latino).

Nosotros de alguna manera cuando fuimos a Mendoza por ejemplo en el cordón de la Jaula, esperábamos encontrar ESCALADA. Estábamos preparados para escalar pero en realidad no encontramos. Igualmente, cualquier cerro o cumbre que elegías tenía un lado sencillo y eran todas primeras, entonces de repente era mucho más trabajosa la aproximación que llegar a la cumbre. Hicimos cinco cumbres por encima de los 5.000 metros sin dificultad técnica. Sin embargo, la bajada por el río blanco fue todo un tema. Fue la parte más difícil de todo, era un temita pesado, habiendo entrenado en Escobar y en Sierra de la Ventana, la escalada era todo una pavada al lado de todo eso.  

Después de lo del Tres Picos en Bariloche, nuestra próxima expedición (1955) fue para tratar de hacer el Dos Picos junto a Eduardo Klenk,  Andrés Pastewski y Pablo Dudzinski mi compañero de cordada. Lo súper disfrutamos. La llegada fue bastante penosa por los colihues, no había sendas, un desastre para llegar. Ahí logramos subir la cumbre este, por supuesto por la ruta que nos parecía más simple, pero había escalada. Tal es así, que tuvimos que hacer un vivac, no un vivac de dormir atados en la pared porque, como subíamos todos, te imaginás que las cordadas eran lentas, éramos como seis (risas). Y después, por suerte, nos tocó una noche con luna y sin viento, cagados de frío. Así pasamos nuestro primer vivac en pared, todos paraditos porque no había donde sentarse (más risas).  Fue la segunda ascensión con sólo nueve días de diferencia con la cordada de René Egmann (nota de la editorial).

 

K: ¿Cuál era el objetivo de la expedición a los hielos continentales del año 1957?

J.P.: El objetivo era el Don Bosco. Mínimamente en hielo estábamos más o menos preparados para hacer algo no demasiado difícil. Fue todo una expedición. Éramos ocho y si bien había un jefe de expedición era una figura formal, todo se manejaba por decisiones del equipo, en forma colectiva, nadie mandaba nada. El que más sabía, el que tenía mejor olfato para saber por dónde,  agarraba la posta y se lanzaba. Fue allí que nos topamos por primera vez con hielo en forma de hongo en la cumbre, la principal dificultad de la ruta.

Al año siguiente, fuimos a explorar la zona sur del Lago Argentino donde está la zona del Cerro Cubo y nos agarró mal tiempo, la pasamos bastante jodido en la cueva porque el glaciar empezó a abrirse, unos ruidos espantosos. ¡Se abrió una grieta de unos diez centímetros! Menos mal que era chica. Realmente fue formidable hacer una cueva, en ella pasamos  la peor parte del mal tiempo porque la carpa no te lo bancaba. Recuerdo que en retirada armamos una carpa más abajo y el viento la arrancó, la hizo caminar, un desastre. El hielo continental tiene sus cosas. Hoy en día que los pibes saben qué tiempo va a haber ya se cuidan más. Antes había que ir, ver qué pasaba y aguantarse como sea.

 

K: En una entrevista, Gerardo Watzl dijo que quería que hagas cordada con Fonrouge por ser los mejores en roca y hielo.

J.P.: Gerardo era un maestro, un austríaco duro, comando de la Segunda Guerra Mundial con cinco saltos en paracaídas delante del frente sin embargo nunca quiso hablar de ello. Aquí quisiera recalcar un dicho muy sabio de Gerardo: “Mira nene, tú primero haces, después hablas”, me quedó grabado para toda mi vida.

Él quería lo mejor para el club y era unir las fuerzas. El método de recalcar abiertamente las virtudes o capacidades de los escaladores motivó el inicio de ciertas competencias. Creo que eso fue una tontera, José tenía una personalidad muy particular. Era un tipo muy valioso pero por su manera de ser se hacía difícil el diálogo. Se hacía lo que él decía y como él quería y no importaba mucho si de repente era correcto o era compañerismo o no. Era lo mejor que teníamos en aquel entonces para escalar en roca.

Para poner un ejemplo, Jorge Insúa me invita a una expedición que organiza con su grupo para escalar la Torre Norte del Paine y cuando llegamos debajo de la pared me quedé esperando que ellos decidieran qué iban a hacer. José agarra la soga y me tira la otra punta para que yo me ate, cuando lo que correspondía era que Jorge, que había armando la expedición y que escalaba muy bien, decidiera al respecto. Como Jorge no opinó, José me sugirió que haga la primera parte que tenía unos pasos en artificial y yo me sentía muy seguro en el tema. Hacíamos un largo cada uno y fuimos para arriba. O sea, para él el fin justificaba los medios y yo eso no lo veía así, para mí el fin y la cumbre eran algo secundario. Para mí era el disfrute de la escalada, el compañerismo.

De repente, la gente del ambiente empezó a empujar y alimentar egos “porque José es el mejor escalador en roca y Pete es el mejor escalador en hielo”. Empezó la pavada, a haber una especie de competencia. Y por esa dificultad de comunicación con José, nunca logré hacer amistad con él, lo que hubiera sido muy lindo porque tenía muchas cosa que tienen mucho valor. Era un tipo que se la iba a jugar por un compañero que quedara en la pared mal o con necesidad, pero la otra postura que tenía no era lo que me agradaba.

José era un tipo muy interesante, daba una imagen de frío, calculador, que podía parecer inhumano pero si la mirás desde otro punto de vista, lograba su objetivo de bajar sanos, enteros,  como si ocultara sus sentimientos.

 

K: En el año 1966 abriste La Directísima al  Yerupajá…

J.P.: El primer intento a la pared oeste fue con Anselmo Weber y Manolo Puentes en una expedición del CAB de Bariloche. Ruta entre la cumbre principal y la cumbre sur, con un vivac en un pequeño quiebre a la derecha de la ruta directa. Madrugada siguiente, perforando la cornisa de hielo  llegamos al filo entre ambas cumbres, no recuerdo por qué abandonamos el intento a la cumbre principal. ¡Cosas de viejo! Ahora me acordé que nos explotó un calentador a nafta y no sé si tuvo que ver algo con esa decisión.

El segundo intento por ruta directa lo íbamos a hacer con Pablo Dudzinski quién tuvo problemas de salud al llegar a la base de la pared. Allí vimos las dos carpitas de los canadienses y como Pablo no podía subir se quedó en el campamento. A Paterson nadie lo quería acompañar de su equipo y bueno, estaba yo (más risas) y nos fuimos.  La escalada fue linda, había partes de hielo bien duro donde realmente era lindo escalar con doce puntas, los clavos aguantaban bien, pero después, cuando llegamos a las estrías donde no podías proteger y para dar seguro tenías que hacer una cuevita, sentarte ahí adentro y dar seguro sobre el cuerpo, metido ahí adentro a ver si aguantaba.

 

K: ¿Esa fue tu escalada más destacada?

J.P.: Al menos muy divertida, Lif resultó un buen compañero de cordada, como también sus compañeros que subieron por la normal y nos hicieron el aguante en una cueva que hicieron debajo de la cumbre sur. Cabe destacar que gracias a ellos tengo los pies enteros. Aquí se demuestra la importancia de un equipo humano desinteresado.

En cuanto al disfrute, todas me han divertido, me ha divertido la chimenea de escobar. Ahí no había ninguna competencia, donde uno pierde es cuando empezás a entrar en un ambiente de competencia. Por eso, me dio mucha pena que en la época esa se generara eso de quién es mejor. ¿Qué me importa? Lo importante es disfrutarlo.

 

K: ¿Cómo definirías el andinismo de aquellos años?

J.P.: Evidentemente, existía la posibilidad de exploración. Tal es así que eso te daba muchísima alegría, era algo muy lindo. Vos te largabas a buscar algo. Es formidable descubrir un cerro porque subir es una cosa pero llegar ahí es todo un tema y eso es lo más lindo. Era una época de exploración de conocer de ver, descubrir.

 

K: ¿Qué cosas disfrutabas más?

J.P.: Para dar un ejemplo contemporáneo, cuando vi Ritmo Latino me pareció maravilloso. Conocí otra generación alegre, ética, con principios que me puso muy feliz. La evolucion del ser humano es una realidad.  Se cagan de risa, hacen cosas difíciles, nadie es estrella de nadie, la pasan juntos, la disfrutan juntos. Entonces, ¿qué es más importante? ¿Llegar a la cumbre o disfrutar de todo eso? Si llegás a la cumbre es fantástico porque también querés ver y además es vencer tus propios miedos, no competir con nadie.

Creo que se desmerece el fin cuando estás compitiendo con alguien, si hiciste la primera, o el grado que pasaste es más difícil que el otro. Me parece secundario. Aprendiendo a disfrutar otra vez  de nuestras montañas va mi enorme agradecimiento a Ramiro, Bicho, Lucas, Diego y muchos más que ahora voy conociendo en el boulder y palestra del CABA. Disfruto también de Kóoch compartiendo en su lectura el espíritu de la montaña.

 

K: ¿Qué reflexión haces de la expedición al Everest?

J.P.: Cuando fuimos al Everest no había nadie. Todas las cascadas, Lhotse, la travesía lo equipamos nosotros. Y la verdad es que llegamos demasiado tarde, el viento y las temperaturas eran insportables. Si hubiese estado José todo hubiese sido mas rápido, hubiéramos alcanzado ese poco de tiempo bueno que nos habría hecho falta, lo hubiéramos podido lograr. Creo que la expulsión de José fue uno de los temas…

 

K: Influyo el haber sido una expedición de escaladores y militares…

J.P.: Culpar a los militares solamente de no llegar a tiempo para el asalto final sería injusto. Había posibilidad de incorporar a José Luis Fonrouge, a pesar de no haber sido incluido desde un comienzo en el plantel de la expedición, error del Jefe de la expedición, coronel Cativa Tolosa, y porque por sus propios medios José llegó con un esfuerzo tremendo personal al campamento base, allí estaba Carlitos Comesaña como jefe de escalada que no se jugó por incluirlo para el asalto final y muchos compañeros civiles que votaron echarlo. Tan sólo, si no mal recuerdo, cuatro votamos que se quede.  Aquí aparecen las miserias humanas y egos por conveniencias personales y no por un interés colectivo, por una expedición argentina.

Sin duda, una expedición hay que tratar de armarla pensando en un equipo humano en que todos, desde el lugar que les corresponda, apoyen. Que sea un trabajo colectivo por más que uno suba a la cumbre. En la expedición no hubo un equipo sólido, un equipo que realmente funcionara.

 

K: ¿Estás escalando nuevamente?

J.P.: Estoy entrenando y aprendiendo las nuevas técnicas y uso de la ferretería tan avanzada de hoy. La idea es juntar tres o cuatro viejos más y salir juntos a divertirnos como lo hacen los chicos. De hecho, ya comprometí a Alfredo Rosasco, Edgar Kopke y Héctor Cuiñas, hoy lo voy a llamar a Jorge Insúa, todos grandes amigos, así subimos a alguna cumbre. Unos cuatrocientos años en equipo  (risas).

 

K: En este contacto con los escaladores de hoy, ¿qué diferencias y similitudes vez?

J.P.: Me encanta  esa juventud y aprovecho para escucharlos y aprender muchas cosas que me he perdido en esta evolución durante mi ausencia en esta actividad tan bella. Creo que la juventud tiene el privilegio de no estar todavía tan atada a culturas hegemónicas generadas por sus antecesores y  puede tener una visión crítica de los errores y aciertos del pasado y así poder escribir su propia historia. Observé en la juventud la solidaridad, donde el más hábil o más fuerte se esmera en ayudar al compañero más débil a superar una dificultad, con indicaciones y dando ánimo para que lo logre.

Nosotros, los viejos, si aprendimos de nuestros errores, podemos remarcar que la verdad se encuentra por los hechos y no por bonitas palabras. Somos por lo que hacemos aquí y ahora, no por lo que hablamos o pensamos, tampoco por el pasado ni por las buenas intenciones del futuro. Esa es nuestra realidad.

 


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